viernes, 22 de febrero de 2013

Mus de a uno

Cuenta Ismael Serrano que su abuela es de un pueblo de la estepa castellana de 300 habitantes en el que no juegan al mus en parejas, sino en solitario, porque nadie se fía de nadie. La cosa tiene gracia y recorrido, contada además por un cantautor convencido de los valores de lo colectivo.

Empiezo a pensar en esto de la desconfianza. Trueno. No lo puedo evitar. ¡Maldita sea! ¿Quién nos ha convencido de que el otro es el eterno enemigo? ¿Quién o qué nos hace desistir de cualquier proyecto que requiera de una mínima colaboración con alguien que se encuentre más allá de nuestro -casi siempre- estrecho 'cerco' de confianza?

Es algo en lo que he pensado mucho últimamente, viendo cómo muchas personas de mi entorno se debaten entre el abismo de esa prestación por desempleo que se va agotando, mes tras mes, y el sueño más o menos remoto de tratar de salir adelante montando algo con algún amigo o con un primo (un bar, una web, un centro de clases particulares...). La mayoría no trata siquiera de hacer realidad sus barruntos, convencidos de que no saldría bien, de que será difícil llegar a un acuerdo y mantenerlo en el tiempo, de que tarde o temprano surgirán problemas que harán inviable la apuesta. Como si sólo nos pudiéramos fiar de nosotros mismos. O ni eso.

Lo más triste es que ni siquiera somos conscientes de todas las oportunidades perdidas que hay tras ese huraño y persistente individualismo en el que permanecemos instalados. Hacemos y deshacemos, casi siempre en solitario, unilateralmente, sin apenas esforzarnos por aquello fuenteovejunesco de luchar y construir en comandita.

Javier Bergia, Ismael Serrano y Jacob Sureda en el concierto de Donostia.
Ahí está Serrano -entre otros- para recordarnos que sí, que podemos hacerlo. Él, que también es un acérrimo defensor del amor propio en muchos sentidos -poca gente tan egocéntrica en su afán de universalizar el amor y los empeños individuales como un cantautor-. Pero una cosa no quita la otra.

Hablando de la pérdida de los valores colectivos, Ismael Serrano recuerda en sus conciertos aquel 23-F en el que apenas era un niño y una vecina aporreó la puerta de su casa para advertirles del peligro. Describe los momentos de angustia que pasó su familia mientras trataba de conocer el paradero de su padre, periodista en una noche donde fue difícil aquello de juntar letras. Lamenta que la reacción de su vecina sería muy distinta en estos tiempos. "Hoy el mundo empezaría a derrumbarse y ya nadie llamaría a mi puerta", asegura.

Pero a Ismael Serrano se le ve la esperanza, por mucho que a ratos la esconda entre capas de pesimismo. Lo cantó/contó en Donosti este miércoles, donde me consta que se dieron cita algunos admiradores clandestinos de este cantautor entre urbano y selvático, que al encontrarse inesperadamente en la platea del Teatro Victoria Eugenia con algún conocido se sentían obligados a justificar su presencia allí, torpemente: "Sí, a mí también me gusta", declaraban al reconocerse, como quien confiesa un pecadillo venial.

El propio Serrano se sabe cuestionado por denso. Por íntimo. Por sincero. Por triste. Por regodearse en sus penas y sus anhelos frustrados, canción tras canción. Hace chistes al respecto. Rescata aforismos twitteros sobre su persona tipo: "Meterse un CD de Ismael Serrano en el bolsillo del pantalón y que se te quede la pierna dormida".

Dice un amigo con el que comparto el gusto clandestino por el cantautor de Vallecas que quien alimenta estos tópicos serranistas no lo ha escuchado nunca. Es verdad. Frente a la imagen de poeta suicida y catastrofista que se le atribuye, Ismael es un evidente bulímico de la vida y tremendamente divertido. En vivo y en directo, aún más. Me gustó encontrarlo menos agrio y profeta de lo que esperaba. Me sorprendió su modestia y su sencillez. Aluciné al verlo cantar durante tres horas y media sin atisbo de cansancio en la voz. Una voz profunda, sólida, segura. Amorable.

Grande Ismael y su compañero de cuerdas y percusiones Javier Bergia, experto también en suministrar música y retranca. Más discreto, al piano, Jacob Sureda tocó las teclas justas y necesarias para hacernos vibrar y correr entre una reata de pegasos, sobre aceras donde seguimos empeñándonos en encontrar arena de playa. Gran comando de Poesía Secreta.

Me encantó ver por primera vez en directo al chico que me acompañó en Chile desde un walkman, allá por el otoño de 1999, mientras Pinochet se aferraba al Big Ben para no ser juzgado en Santiago. Entonces lo descubrí y desde entonces lo había revisitado a ratos, hasta que su último disco me ha conquistado definitivamente. Casi cumpliendo la teoría sobre el amor que trasladan a dúo en sus conciertos Serrano y Bergia: los diez primeros años son lo peor; una vez superados, el resto es un camino de rosas.

Me quedo con la teoría y me entrego a una segunda década, que parece prometedora.