sábado, 28 de junio de 2014

La vuelta al mundo en 80 días


Una de las peores sensaciones que te puede asaltar en una unidad de cuidados intensivos para recién nacidos es la claustrofobia. Tú no has elegido estar ahí. Tampoco decides cuándo salir. Ni siquiera cuándo puedes acariciar a tu bebé o cuándo quitarle un moco. Estás atrapado. Por eso viene bien echar la imaginación a volar y traspasar esas cuatro paredes, más allá de respiradores, sueros, cables y alarmas. Con suerte, puedes llegar a sentir que el 70% de humedad y los 26 grados de temperatura que se alcanzan allí dentro son en realidad los de una playa cualquiera del Caribe.

Para allá nos fuimos hace poco con Damaris, la enfermera cubana que te bañó por primera vez. Tu primer chapuzón no fue en un triste barreño azul. No. Damaris se las arregló con su sabrosura para transportarnos a una playa de Varadero, ola va, ola viene. También allí te lleva en volandas Miriam, cuando te acompaña a tu particular spa, en el fregadero que hay al fondo a la izquierda. Te dice 'mi amol' mientras te baña y te partes de risa.

Con Annie y su hijo Ivan Ivanov, nuestros vecinos hasta hace poco (a él le han pasado al pasillo 'bueno' y ya no podemos comunicarnos de cuna a cuna), nos hemos marchado muchas tardes a dar una vuelta por Bulgaria. Al monasterio de Rila, donde Annie tiene pensado bautizar a tu compi en cuanto tenga oportunidad. Y a las montañas y playas de este misterioso país balcánico del que hasta ahora sabíamos más bien poco. Que no nos vota en Eurovisión y que está junto al Mar Negro. No mucho más. Ahora nos morimos por probar su banitsa y la musaka que hacen por allá. Annie dice que son deliciosas. En cuanto tengamos dientes, allá que nos vamos a estrenar pasaporte.

También hemos hecho parada en Japón, donde se marcha de luna de miel Erika, una de esas enfermeras mágicas que te cuidó durante los primeros días, cuando pesabas menos que un folleto de los gordos del híper de bricolaje que hay al lado de casa. Estás triste porque se marcha tres semanas. Tu hada buena. A lo mejor ya no te encuentra aquí cuando vuelva, harta de sushi y palacios imperiales. Ojalá. Bueno, ya vendremos a verla. Prometido, no pongas morritos.

Otros días, los primeros, estuvimos imaginando cómo serían esos tipos de Telford, Pennsylvanya, que calibraron tu incubadora a la latitud 42 norte y a los 500 metros de altitud a los que has venido a parar. Allí lejos, al otro lado del Atlántico, fue donde calcularon las condiciones perfectas para que estuvieras lo mejor posible en tu urna de cristal, tu primer hogar. Ése que casi hemos olvidado ahora que ya estás en una cuna que nos acerca poco a poco a la normalidad. Benditos yankies.

Y claro, cómo no, también hemos ido a la Estafeta a correr nuestro primer encierro, silleta para arriba, silleta para abajo. Ya huele a toro en Pamplona, y tú llevas entrenando muchas semanas ante las astas de esta vida esforzada que te ha tocado en suerte.

Con Osasuna hemos bajado a segunda. Pero ese es un viaje más feo de contar. Mejor cambiamos de tema.

80 días ya en este mundo lleno de sitios que visitar y cosas que aprender. Los has cumplido hoy, justo cuando salíamos de cuentas tú y yo.

Ya pesas casi el triple de lo que llegaste a pesar (casi 1.800 gramos) y te ríes mil veces más. Qué gran viaje.