miércoles, 2 de enero de 2013

Cambio de 20

El otro día me pidieron cambio de 20. No sería del todo extraño si no fuera por el contexto. Estaba trabajando, dando citas en un centro de salud. Bueno, más bien me dedicaba a no dar citas, ejerciendo de versión en carne y hueso del cartel de 'vuelva usted mañana', en mi particular travesía por el mundo del funcionariado forgiano. Una labor que curte a marchas forzadas.

"En fin -me dije-, por lo menos esto sí puedo darlo (al menos, de momento)". Así que fui al cuarto donde nos cambiamos de ropa y saqué dos billetes de 5 y uno de 10. "¿Te vale así?", pregunté. "Perfecto", dijo el chico que pedía cambio. "Espero que no sea falso", le dije, bromeando, al coger el billete de 20. "¡Claro que no! Es para devolver el cambio a un cliente", aclaró el 'tratante', consciente de que no es habitual pedir este favor donde lo hacía, y menos que le respondieran afirmativamente.

Cuando se marchó, empecé a pensar que quizá aquella era una buena táctica para saber dónde estaba mi bolso y venir otro día atracarme, al más puro estilo de los rateros londinenses: están atentos al momento en el que el turista despistado mira el cartel de 'Cuidado con los carteristas' y se echa mano instintivamente al bolsillo para comprobar que su documentación y su dinero sigue allí, inocente gesto que sirve a los 'pickpockets' de turno para conocer dónde guarda exactamente el guiri sus pertenencias más valiosas. Así no pierden tiempo en el asalto. Inteligencia pura.

Joder, qué idiota, me dije. Una cosa me llevó a la otra y empecé a pensar que quizá estoy un poco desvalida en esa ventanilla de atención al paciente, tal como está el personal de crispado. "Date cuenta de que si viene un loco como ese de Connecticut tú serías la primera en caer", me dijo el otro día el pediatra. Qué gracia. Estar leyendo las escalofriantes 600 páginas de 'Tenemos que hablar de Kevin' por recomendación de Juan José Millás tampoco ayuda.

Me pregunté cuánto tiempo tardaremos en vivir por aquí las matanzas que hay por otros lares. Porque es sólo cuestión de tiempo, eso lo tengo claro. Que vayamos en el furgón de cola de lo que se cuece en Occidente no significa que no nos llegue el turno de protagonizar alguno de sus pasajes más perversos. Por desgracia, raramente escarmentamos en piel ajena.

Acto seguido, hice un esfuerzo y le di a la manivela del pensamiento positivo: ¿Por qué dejarse llevar por miedos y temores tan infundados? Quizá ese chico era sólo una versión mágica de Papa Noel camuflada de fontanero sin cambio, que se dedica a realizar pequeñas pruebas de bondad, para así determinar la recompensa que debe darle a cada uno de nosotros, pequeños mortales.

No cuela.

Esta navidad tengo demasiado tiempo para pensar.



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