sábado, 8 de junio de 2013

Excedente de musgo


Hemos encontrado una salida artística al excedente de musgo de un invierno que ya va para seis meses.

jueves, 6 de junio de 2013

Aristotélicos contra platónicos

Captura clandestina -y lamentablemente borrosa- de un anciano leyendo 'Moral para Nicómano'. 

"Era tan lista que se quedó simple, la pobre. Para que veas cómo son las cosas".

¿Quieren una buena ración de hiperrealidad? Vayan a una residencia de ancianos y peguen la hebra. Les dirán barbaridades. Verdades como puños. Les relatarán tristuras.

Les contarán cómo a una chica sabia y adelantada a su tiempo le dio un telele y ahora la parálisis apenas le permite hablar. Cómo a Rita le abandonó Mario cuando empezó a quedarse ciega y allí está ella, en un asilo, mientras él ha aprovechado el tiempo y ya tiene nueva 'querida', a sus setenta y tantos. Cómo una pareja de la Montaña ha vendido la casa para acabar sus días entre las paredes pintadas de amarillo de una residencia con flores de plástico y olor a lejía y café con leche.

Alguno les revelará que sus compañeros -cinco, diez o quince años después de llegar allí-, todavía lloran de cuando en cuando sobre la almohada al verse aparcados en casa extraña. Si va más de un día, podrá comprobar cómo se acostumbra uno a vivir en un clima de desgracias propias y ajenas, con una sensación continua de catástrofe inminente. Un espacio en el que, como contrapartida, los momentos de risa, camaradería sobreentendida y ternura pueden llegar a generar un calambrazo más liberador que cinco tomas de la Bastilla. 

Se encontrarán con seres únicos. Verán escenas irrepetibles.

Ayer mismo, yo presencié un duelo al más alto nivel. Mientras la programación televisiva de media tarde mantenía su carraca de fondo, un señor leía, meditabundo, 'Moral para Nicómano', de Aristóteles. A su lado, una nonagenaria ojeaba por enésima vez un manoseado ejemplar de National Geographic, especial viajes. Otros abuelos se pasaban, cual mercancía clandestina introducida en el recinto por alguna 'nuera de', un número de la revista 'Lecturas' que anunciaba en portada que Sharon Stone había estado "deslumbrante en Cannes".

Aristotélicos contra platónicos. Gente que necesita ver para creer, frente a otros que sueñan con ver eso que seguro que hay -sostienen- más allá de las sombras de la caverna.

Me pregunto cuál de las tres lecturas debe de resultar más indescifrable pasados los 80.

Quizá la de la chica Stone, tan mezcla de Aristóteles y Platón, ella.



martes, 4 de junio de 2013

Competición de sufrimiento adolescente


Andaba yo metiéndome un intensivo del blog 'Yo fui a EGB' cuando me encontré -entre otros muchos tesoros perdidos que recuperan los genios que andan detrás de este revival ochentero-, una referencia a la película 'El club de los cinco' ('The breakfast club', en versión original), un mito entre los mitos entre las películas de adolescentes anti-todo.

Desde entonces, no he parado hasta conseguir una copia y disfrutar del reencuentro con una de esas pelis de culto que muchos conservamos en el disco duro. Y ahí estaban intactos, calculo que veinte años después de asomarme a su historia por primera vez, los cinco versos sueltos que protagonizan la película. 

Cinco adolescentes talluditos, de acuerdo a la moda ochentera de poner actores de 25 años en papeles de 16. Todos ellos regodeándose en una particular competición de sufrimiento, tan propia de la edad y últimamente extendida casi como una epidemia a posteriores etapas de esto que llaman crecer y vivir. 

Una cita de David Bowie abre el telón: "And these children that you spit on as they try to change their worlds are immune to your consultations, they're quite aware of what they're going through" ("Y estos niños a los que escupís mientras tratan de cambiar sus mundos son inmunes a vuestras consultas, pero son muy conscientes de cuanto están pasando"). Son palabras de la canción 'Changues', que marcan el tono de una película que habla de incomprensión entre generaciones durante un día de castigo en el instituto Shermer, de Illinois. El 24 de agosto de 1984, para ser más precisos. Una de esas jornadas de la adolescencia en las que te crees eterno e invencible porque sientes que vas tomando, aunque sea a duras penas, las riendas de tu vida. 




El mundo adulto está representado por un profesor asqueado de su trabajo y que se regodea en el abuso de autoridad. "Cada año esos chicos se vuelven mas arrogantes", asegura, entre otras lindezas, enfermo ante la posibilidad de verse gobernado en su jubilación por los chicos a los que intenta domar, más que educar. Compite para el puesto de 'cretino del año' con un bedel que, desde su estatus de tramoyista del instituto, se jacta de conocer las debilidades de unos y otros y las utiliza -cómo no- para beneficio propio. 
  
Los adolescentes que se dan contra este muro son Claire, Andrew, Brian, John y Allison. Encarnan, respectivamente, los estereotipos de princesa de barrio, atleta hipervitaminado, nerd, malote de instituto y siniestra escondida bajo su flequillo. En su caso, lo que más llama la atención son los crudos reproches que intercambian. Sin paños calientes. Con una sinceridad que estamos poco acostumbrados a soportar.

"Te estas dando pena de ti misma", es el mensaje que se repiten, sin margen a los consuelos a medio gas. Basta de lloriquear y grita. Cuánto que aprender, ahora que tanto lloramos.  

Mentes preclaras las de unos chavales que se rebelan ante el hecho de que sus mayores "solo les vean como quieren verlos", sin posibilidad de salir de la casilla en la que les han encerrado bajo siete llaves para respirar un poco de aire fresco. 

Una película que da mucho que pensar y también que reír. Dos momentos cumbre en la parte cómica, cómo consigue Allison el efecto nieve en el dibujo de un paisaje -reservo el misterio para quien quiera volver a verla- y su particular deconstrucción de un sándwich de mortadela, mientras su sofisticada compañera Claire almuerza sushi y el capitán del equipo se dispone a engullir. No me resisto a cortar y pegar esta última secuencia, una pildorita de surrealismo adolescente sin desperdicio.



Y como legado musical de la película, esta gran canción de 'Simple Minds'. Cómo olvidar.