Andaba yo metiéndome un intensivo del blog 'Yo fui a EGB' cuando me encontré -entre otros muchos tesoros perdidos que recuperan los genios que andan detrás de este revival ochentero-, una referencia a la película 'El club de los cinco' ('The breakfast club', en versión original), un mito entre los mitos entre las películas de adolescentes anti-todo.
Desde entonces, no he parado hasta conseguir una copia y disfrutar del reencuentro con una de esas pelis de culto que muchos conservamos en el disco duro. Y ahí estaban intactos, calculo que veinte años después de asomarme a su historia por primera vez, los cinco versos sueltos que protagonizan la película.
Cinco adolescentes talluditos, de acuerdo a la moda ochentera de poner actores de 25 años en papeles de 16. Todos ellos regodeándose en una particular competición de sufrimiento, tan propia de la edad y últimamente extendida casi como una epidemia a posteriores etapas de esto que llaman crecer y vivir.
El mundo adulto está representado por un profesor asqueado de su trabajo y que se regodea en el abuso de autoridad. "Cada año esos chicos se vuelven mas arrogantes", asegura, entre otras lindezas, enfermo ante la posibilidad de verse gobernado en su jubilación por los chicos a los que intenta domar, más que educar. Compite para el puesto de 'cretino del año' con un bedel que, desde su estatus de tramoyista del instituto, se jacta de conocer las debilidades de unos y otros y las utiliza -cómo no- para beneficio propio.
Los adolescentes que se dan contra este muro son Claire, Andrew, Brian, John y Allison. Encarnan, respectivamente, los estereotipos de princesa de barrio, atleta hipervitaminado, nerd, malote de instituto y siniestra escondida bajo su flequillo. En su caso, lo que más llama la atención son los crudos reproches que intercambian. Sin paños calientes. Con una sinceridad que estamos poco acostumbrados a soportar.
"Te estas dando pena de ti misma", es el mensaje que se repiten, sin margen a los consuelos a medio gas. Basta de lloriquear y grita. Cuánto que aprender, ahora que tanto lloramos.
Mentes preclaras las de unos chavales que se rebelan ante el hecho de que sus mayores "solo les vean como quieren verlos", sin posibilidad de salir de la casilla en la que les han encerrado bajo siete llaves para respirar un poco de aire fresco.
Una película que da mucho que pensar y también que reír. Dos momentos cumbre en la parte cómica, cómo consigue Allison el efecto nieve en el dibujo de un paisaje -reservo el misterio para quien quiera volver a verla- y su particular deconstrucción de un sándwich de mortadela, mientras su sofisticada compañera Claire almuerza sushi y el capitán del equipo se dispone a engullir. No me resisto a cortar y pegar esta última secuencia, una pildorita de surrealismo adolescente sin desperdicio.
Y como legado musical de la película, esta gran canción de 'Simple Minds'. Cómo olvidar.
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