sábado, 27 de abril de 2013

A piñón (I)

 


El carril bici, ese sutil trazado que tanto adoran los peatones. 
  
Andaba yo causando el pánico entre paseantes y palomas, montada en mi bicicleta, cuando volvió a mi un pensamiento recurrente: ¿qué extraño poder de atracción ejercen sobre los peatones las rayitas blancas discontinuas que funcionan como simulacro de carril-bici en las calles de mi cuadriculada ciudad de provincias? Prometo que no hay manera de andar por estos trazados presuntamente reservados para ciclistas, debido a ese extraño efecto imán que al parecer tiene el titanlux blanco sobre el homínido que se autotransporta a dos patas. Hay que aclarar que, mientras el conflicto orbita sobre el carril-bici, el resto de la calzada tiende a permanecer diáfana.

Y así, pensando pensando, me dio por pensar en lo timoratos que llegamos a ser. En el miedo que tenemos a salirnos de la vía establecida (por otros, casi siempre). Cómo preferimos incluso apoltronarnos en el carril que no es, antes que ir por libre. 

O quizá todo se explique por el afán de choque que tenemos. Por esa necesidad de impactar con el otro, donde sea, como sea y por lo que sea. Buscando consecuencias para sentirnos vivos, aun a riesgo de la cosa derive en tragedia, tal como cuenta Paul Haggis en la película 'Crash'.

Yo de momento me he comprado dos cascos. Uno que me quedaba pequeño  -culpa mía, por comprar con prisas y creer que tengo una cabecilla de princesa de cuento- y otro -talla ogro- que parece que ajusta. Una por una, sobrevivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario