martes, 23 de octubre de 2012

Ecografía literaria



‘Escribir es vivir’ (Areté, 2005) es lo más parecido a una autobiografía que dice haber publicado José Luis Sampedro, exceptuando su obra literaria, que precisamente reivindica en estas páginas como fruto indisociable de sus vivencias e inquietudes.

La obra recoge el contenido de un ciclo de conferencias sobre creación literaria que el autor ofreció en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante el verano de 2003, cuando atravesaba un crudo momento personal. Aquellos encuentros con un público entregado fueron una tabla de salvación para él y su mujer, según se puede palpar en cada una de las páginas pacientemente transcritas y recuperadas para el papel por su compañera Olga Lucas.

“Vengo esencialmente a dos cosas. Una de ellas es la misma que me mueve a escribir: la de descubrirme a mí mismo para descubrir a otros y para encontrarnos todos, para vivir más”, comenzó diciendo Sampedro. El primer puñado de sabias y prometedoras intenciones.

Leer este libro permite confirmar el acierto del profundo humanismo en el que vive instalado el autor y lo mucho que nos estamos alejando de él en este siglo XXI plagado de abstracciones, ordenadores, números, estadísticas y relaciones virtuales. Para Sampedro, el hombre y la mujer son la medida de todo, en armonía con la naturaleza de la que son fruto.
Credo personal de José Luis Sampedro

De ahí que recomiende sospechar de cualquier jerga económica o entelequia construida para explicar lo inexplicable desde un punto de vista humanístico –véase, que haya personas muriendo de hambre mientras otras coleccionan Ferraris o que la población civil de países remotos se vea envuelta en guerras para garantizar que podamos llenar nuestro depósito de gasolina o comprar un anillo de diamantes a la persona amada, por poner dos ejemplos-.

Sampedro describe la creación literaria como un oficio dedicado a “adentrarse más adentro en la espesura”, tomando prestado el verso de San Juan de la Cruz. Para el autor, un escritor debe poner en juego su intimidad, sus ideas políticas, su historia personal y la de sus ancestros, su educación, su bagaje cultural…

“Escribir es ser minero de uno mismo, hacerse arqueólogo, profundizar en uno”, resume. La autenticidad es la única garantía de éxito real ante el lector.

Recomienda –para escribir y para vivir y relacionarse- concentrarse en ‘iluminar’, más que en deslumbrar. Reivindica la sencillez, el tú a tú, el contacto de piel con piel, frente a los fuegos artificiales, los flashes y focos que ciegan nuestra vista.

Sobre la importancia del compromiso, Sampedro aporta una anécdota de sus años como profesor universitario que resulta muy ilustrativa. Recuerda una situación en la que un colega suyo se negó a aportar su firma para apoyar a un alumno expulsado, bajo el argumento de que ‘no quería figurar’ en ninguna lista. Eran tiempos de Franco, donde muchos que después dijeron haber corrido a diario delante de los grises lo único que intentaban era pasar desapercibidos. El estudiante de Económicas que demandaba el apoyo, muy serio, esgrimió la teoría de conjuntos para rebatir al profesor: “Eso que dice es imposible, porque si no firma estará en la lista de los que no quieren firmar listas”.

“Siempre está uno comprometido –asegura Sampedro-; si se compromete porque se compromete y, si no, porque no se compromete”.

Inevitable que surja en estas páginas su vena de catedrático de Estructura Económica –catedrático del sentido común, diría yo-, que le lleva a desmentir con vehemencia ideas tan repetidas como la de que el mercado es garantía básica de libertad. “A quienes sostienen eso les digo: ‘Vaya usted al mercado sin un céntimo y verá dónde está su libertad de elección’”, ironiza.

Admite la necesidad de que exista un mercado, pero rechaza el salto al vacío que se dio desde que se evolucionó desde una ‘economía de mercado’ a una ‘sociedad de mercado’, en la que “sólo se valora lo que tiene precio en el mercado, cualquiera que sea su valor en otros terrenos”. “No soy enemigo del mercado, soy enemigo de que se mercantilice toda la vida humana”, zanja,

Como educador, me quedo con su reivindicación de una pedagogía del “amor y la provocación”. Un método que él mismo utiliza con evidentes muestras de éxito. Sampedro echa de menos un sistema educativo más comprometido con los valores y las relaciones y menos centrado en la competitividad y la formación de nuevos soldados que alimenten y sostengan la sociedad de consumo.

“De las aulas salen más consumidores y productores que vividores, más súbditos que ciudadanos. Esa es una de las razones de la pasividad de la gente ante las cosas que ocurren. No se nos educa para ser ciudadanos, se nos enseña a gastar, a consumir”, lamenta.

Como colofón de esta “ecografía literaria” que asegura hacer en estas páginas, Sampedro comparte su particular credo personal. Una declaración de intenciones (incluida junto a estas líneas) a la que queda poco más que decir que Amén.

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