jueves, 6 de septiembre de 2012

El espíritu de la escalera

Con permiso del autor (metafórico, porque no tengo el gusto de conocerle), me permito reproducir la intervención de Harkaitz Cano el 6 de agosto DE 2012 en el homenaje a Joxe Mari Korta. El acto fue un oasis de belleza en medio de un verano arisco y cambiante. No quería que quedara perdido. Me tomo la confianza de difundirlo literalmente y de paso proclamar: Ari, ari, ari, Harkaitz lehendakari (con perdón, por lo que le toca).


EL ESPÍRITU DE LA ESCALERA, por Harkaitz Cano (6 de agosto de 20109

"No tuve la suerte de conocer a Joxe Mari Korta, pero resulta inevitable al observar sus imágenes, leer su biografía, escuchar las palabras de la gente que lo conoció o las suyas propias, que era una persona de una energía inusitada, un emprendedor de raza, un hacedor diría yo. Y aunque no estoy en absoluto de acuerdo con la ingeniosa y a la vez incierta frase que afirma que "el que sabe hace, el que no sabe enseña, el que no sabe enseñar enseña a los que enseñan, y en el que no sabe enseñar a los que enseñan se mete en política" -como digo, no estoy de acuerdo, hoy tengo a los políticos demasiado cerca-, aunque no estoy de acuerdo con esta máxima, sí encuentro una admirable honestidad en la primera parte de la afirmación: el que sabe, hace. Incluso el que no sabe hace y aprende a hacerlo y después lo hace también merece una especial admiración. Aquel que hace sin queja, sin burla con esfuerzo, eligiendo un camino, ahondando en él. A veces las cosas son tan sencillas como eso.


En esta línea de hacer bien las cosas, Italo Calvino cuando volvió la vista atrás, hacia sus textos de juventud, encontraba especialmente enojosa la falta de concreción de sus propias palabras. Le desesperaba la brecha que existía entre lo que creía haber dicho y lo que al cabo de los años se dio cuenta que de veras dijo. Creía que el escritor se debía siempre a la palabra exacta. Joseph Brodsky llevaba a un punto aún más extremo la importancia de la expresión certera. Decía Brodsky en 'Del dolor y la razón': lo que me inquieta es el hecho de que el hombre con problemas para expresarse de forma adecuada recurre siempre a la acción, y como el vocabulario de acción se limita por así decirlo a su cuerpo, se ve obligado a actuar violentamente, a ampliar su vocabulario mediante un arma, cuando debería utilizar un adjetivo.

Somos humanos y la palabra exacta se hace esperar demasiadas veces. La frase brillante, que hubiera dejado admirados a los invitados siempre se nos ocurre al abandonar la fiesta, mientras descendemos las escaleras. Los franceses llaman a esto 'el espíritu de la escalera'. La palabra justa que llega demasiado tarde.

Yo diría que vivimos en una exagerada distorsión en la que lo que se dice, las palabras que se expresan, están a menudo muy lejos del sentido real de lo que uno desea expresar, lo cual es bastante frustrante para alguien de nuestro oficio. Sé que vivimos una época de crisis pero creo que urge en la administración la creación de un nuevo departamento, uno más -no sé si en la Unesco existe-. El departamento que yo propongo es el departamento de Restauración de Significados.

Seamos serios: democracia, normalidad... Resulta difícil pronunciar algunas palabras sin sonrojo. Hay que restaurar significados. Vladimir Nabokov pedía a sus alumnos que acariciaran los detalles. Acariciar los detalles. Porque si Dios existe, viviría en un detalle. Me atrevería a decir que este consejo destinado a escritores principiantes, es también válido para cualquier oficio y circunstancia. Acariciar los detalles. Y cuando los ánimos están caldeados y la sociedad dividida, es el rigor del detalle, la cansina y poco agradecida a menudo generosidad de matizar, lo que se nos hurta. Quien matiza puede no ser cómodo para sus interlocutores, pero es generoso. Generoso con todos, menos consigo mismo quizá, pues matizar continuamente implica grandes pérdidas de energía.

No sé si a ustedes les pasará, pero habiendo nacido en el País Vasco uno se encuentra muchas veces, por sorpresa, defendiendo una postura que no es la suya exactamente. No porque sea hipócrita o esquizofrénico, sino porque le irrita la brocha gorda mediática, por lo que siente que en el foro en el que se encuentra en ese momento su misión es esa: representar al ausente, ejercer de asterisco a pie de página, equilibrar la balanza, sembrar la duda en aquel que parece estar demasiado seguro de sus ideas. Militar en el "sí, pero", vacunarse contra lo categórico.

Me da que es parte -como se dice ahora- de nuestro capital humano haber desarrollado esta capacidad de barrer como un radar el entorno en el que nos encontramos en cada momento para detectar hostilidades enraizadas en prejuicios y tratar de neutralizarlas, modulando nuestras opiniones dependiendo de lo que hemos captado en el radar. Es un tipo de inteligencia emocional, si quieren, que va más allá del mero hecho camaleónico de la supervivencia. En el esfuerzo de hacer pedagogía se busca expresar las ideas de los que no están o en cualquier caso expresar mis ideas con el coeficiente corrector de los ausentes. Este ejercicio nos convierte en pequeños rodamientos que contribuyen al viraje. Nos permite convertirnos en el que dice "depende", en el que dice "no lo sé", en el que repregunta al interlocutor. Y nos ayuda incluso con el tiempo a expresar mejor lo que de veras pensamos.

Se trata prácticamente un ejercicio ficcionalizador, un ejercicio de narrador de relatos que desea llevar a buen puerto a sus personajes. Aunque en el fondo sabe que casi nada está en sus manos.

Frente a quien atiza, hay que defender a quien matiza. Frente el atizador, el matizador. Palabra que por cierto la Real Academia no admite, pero que no desmerecería como oficio en cualquier tarjeta de visita. Porque el matiz es un hilo de sutura, y no estaría mal -digo yo- especializarnos en un país que exporta, además de otras cosas, matizadores. Matizar cansa, pero es necesario. Matizar trae gasto de energía, pero es necesario. Imprescindible, diría yo.

Y tratándose de energía, esa energía que sin duda Joxe Mari Korta tenía, habrá que cuantificar alguna vez toda esa energía que ha sido arrebatada por eso que se ha venido llamando 'conflicto' o 'cosa' o 'criptonita' o como ustedes deseen llamarla. Habrá que cuantificar esa energía y empezar a dirigirla hacia otras direcciones, siempre y cuando la criptonita vasca no haya sido una especie de macabra excusa para nuestra falta de talento creativo. En nuestras manos está demostrar que no es así.

Gabriel Aresti en su poema más conocido y discutido se mostraba dispuesto a "defender la casa del padre", "nire aitaren etxea defendituko dut". Juan Kruz Iberabide revisando el poema de Aresti hablaba de la casa del padre como "ese edificio hipotético", añadiendo además que su padre vive de alquiler. Yo personalmente, en la misma línea que Iberabide, pienso que nuestra casa es una "casa tomada", en el sentido de aquel relato de Julio Cortázar en el que unos hermanos que viven en la casa de sus bisabuelos van cerrando herméticamente todas las habitaciones, porque una presencia incierta va tomando la casa, y no pueden volver a las estancias tomadas. Irene, uno de los hermanos protagonistas del libro, se dedica a tejer, y un día tejiendo se da cuenta de que esa presencia incierta ha tomado la estancia en la que se encuentra la madeja y no puede seguir tejiendo. Ha de abandonarlo todo. Los dos protagonistas del libro acaban cerrando la puerta con llave y tirando la llave al alcantarillado, no vaya a ser que alguien entre con toda la casa tomada.

Bien. Esta casa tomada es quizá la que ahora hemos de abandonar, bajando las escaleras, para que en ellas se nos acabe ocurriendo eso que en la fiesta no se nos ha ocurrido. La frase certera, aunque sea demasiado tarde".

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