sábado, 17 de noviembre de 2012

El miedo a que pensemos

El miedo a que la sociedad piense es viejo. Alcanzó su apogeo en los años negros de la Edad Media, tiempos de libros prohibidos y bibliotecas reservadas a elites y monjes, mientras se mantenía al pueblo en la dulce quietud del analfabetismo. La Ilustración abrió puertas. Quizá era imposible mantenerlas cerradas.

Con todo, persiste la resistencia a que pensemos, ahora bajo una nueva modalidad: el ninguneo de las masas. Vamos a la universidad, acumulamos carreras, disfrutamos de flamantes bibliotecas, de expresiones culturales de todo tipo y toda la información del mundo está a nuestro alcance a un solo click. Hay un entramado de estructuras expresamente concebidas para que nuestra voluntad se concrete en decisiones para el conjunto -sindicatos, partidos, parlamentos...-. Sin embargo, lo que predomina es un "dime qué quieres, te escucho, pero yo haré lo que me dé la gana". Ahora nos dejan pensar, hablar, pero no nos hacen caso. En contadas ocasiones se llega a ejecutar nuestra voluntad.

Pienso en esto tras leer el extracto de una carta fechada en 1608 en la que Gaspar Ruiz de Cortázar, entonces alcaide o gobernador de Pamplona, mostraba su resistencia a un proyecto de las Cortes para traer la Universidad a la ciudad. Triste comprobar que un mandatario equipare esta propuesta con un 'padrastro' para los intereses de la Corona, por el riesgo que representa que el pueblo empiece a pensar y decidir. La carta está incluida en el libro 'La ciudadela de Pamplona. Cinco siglos de vida de una fortaleza inexpugnable', del historiador Juan José Martinena Ruiz.








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